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Momia de una mujer guanche, ca. 830, Museo Arqueológico de Tenerife. Identificada como NEC1 sabemos que murió con severos síntomas de malnutrición a la temprana edad de 20-24 años, una suerte que debieron correr muchas madres en la Prehistoria. Wikimedia Commons.

En la realidad histórica que nos ocupa, el análisis de la fecundidad a través de las “escaras” o huellas de parto a nivel de la pelvis y del sacro del grupo femenino prehispánico de la isla de Tenerife, revela que una media del 40% de las mujeres presentaban estas señales. También es posible que esta condición confiriera a las mujeres un mayor prestigio social y seguridad en su matrimonio. Aquí se barrunta una necesidad masculina de controlar la producción de cuerpos, de la vida y de la fuerza de trabajo.

Si recurrimos a la esperanza de vida media de una mujer guanche y el presumible número de embarazos e hijos que podía tener, una niña pronto dejaba de serlo. Todo cambiaría entre los 12 y 15 años aproximadamente. El embarazo y el parto debieron dominar la vida de la mayoría de las mujeres aborígenes. Es el caso de la momia siglada y conocida como NEC1, custodiada en el Museo Arqueológico de Tenerife, una mujer fallecida en torno a los 20-24 años, cuyo cadáver enfardado terminó depositado por sus parientes en una cueva funeraria indeterminada en el menceyato de Güímar, entre los años 830±50 d.C. Aunque ignoramos cuales fueron las causas de su muerte, llama la atención cuales fueron algunas de sus condiciones en vida. Y es que se trata de una joven de apenas un 1,37 m de altura, con una constitución muy delgada como corolario de un estado de malnutrición sufrido desde la infancia, lo que le dejó una clara impronta en sus huesos y dientes. Una complexión, por cierto, bastante alejada de los índices de robustez medio-bajos presentes en la mayor parte de la población indígena femenina insular.

Una madre prehistórica, el caso de NEC1

De su estudio bioantropológico destacan signos evidentes de estrés metabólico materializado en la presencia de una marcada hipoplasia del esmalte dental que, junto con su reducida estatura (2) y la gracilidad general del cuerpo, permiten pensar que esta mujer sufrió diversos episodios de tipo nutricional o de enfermedades crónicas durante la infancia y adolescencia, lo que a la larga supondrían un hándicap para su salud, aunque los estudios paleopatológicos no revelan ninguna condición específica al respecto. Y eso que la dieta que consumía en vida no se alejaba del patrón general para la población momificada del Tenerife prehispánico: alto consumo proteico-calórico y bajo consumo de carbohidratos, un aspecto confirmado por la ausencia de caries y el bajo grado de atrición dental.

A pesar de sus circunstancias, a NEC-1 se le confirió un tratamiento funerario digno de los principales miembros de la comunidad, pues su fardo presenta una envoltura exterior de piel de cerdo, un rasgo que no aparece reseñado en las crónicas, mientras que las capas internas fueron finamente gamuzadas y dotadas de mayor flexibilidad, tratándose posiblemente de piel de cabra y oveja. Además, la mortaja fue bien trabajada y remendada en numerosas ocasiones (3).

Que esta mujer estuviera mal alimentada no sorprende. Es más, encaja bien en los parámetros conocidos acerca del tratamiento diferencial que las sociedades del pasado conferían a sus niños y adultos según el género. Sepa el lector no iniciado que las diferencias corporales dependen directamente, entre otros factores, de las prácticas sociales. Y que la hiponutrición y la falta de ejercicio en niñas y mujeres pueden alterar la edad de la menarquía y servir de base para prácticas como los matrimonios o embarazos precoces (4). Pero, aparte de esta vívida instantánea, NEC 1 conduce irremediablemente a preguntamos si esa fragilidad llegó a condicionar su calidad de vida (5), de qué forma pudo soportar las cargas físicas del duro trabajo cotidiano, o como fueron sus presumibles períodos de gestación y partos. Y, con tal estado físico, si algunos de esos niños o niñas sobrevivieron al momento de la concepción o a los primeros años de vida. Por desgracia, es probable que NEC 1 tuviera un triste final.

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Feto guanche momificado de 6 a 8 meses de vida intrauterina que aún conserva el cordón umbilical (procedencia desconocida de la isla de Tenerife). Uno de los momentos más críticos en la vida de las madres prehistóricas, y que ponía a prueba la capacidad de supervivencia de madre e hijo era el parto. Museo Arqueológico de Tenerife/Instituto Canario de Bioantropología. Fotografía del autor.

No es necesario insistir en demasía como incide el estado nutricional previo al embarazo y durante el mismo en la salud de las madres, del feto e incluso en la salud infantil. Con el embarazo se produce un incremento de las necesidades calóricas y nutricionales cuya satisfacción es indispensable para el correcto desarrollo del periodo de gestación y lactancia. Un bajo índice de masa corporal conlleva efectos negativos tanto en la salud maternal como en la del feto: anemia, retraso del crecimiento intrauterino, bajo peso al nacer o parto prematuro.

Asimismo, es primordial señalar la importancia que el peso y el índice de masa corporal tienen en la edad de la menarquía, con consecuencias importantes en la capacidad de reproducción de la comunidad. Un índice de masa corporal bajo genera desequilibrios hormonales que afectan negativamente a la capacidad reproductiva (6). Por consiguiente, no debe extrañar que muchas mujeres aborígenes recibieran una dieta más vegetal que cárnica o proteica, en tanto en cuanto este tipo de alimentación se vincula directamente a unas tasas de fertilidad más elevadas (7).

Los riesgos de la maternidad en la Prehistoria

Sea como fuere, la tarea de engendrar hijos siempre ha sido una obligación muy peligrosa. De hecho, el parto ha sido continuamente el mayor exterminador de mujeres jóvenes. La escasa edad de las primerizas, la precariedad higiénica y la incapacidad de la medicina eran causas de muerte recurrentes. Las estadísticas utilizables de períodos históricos recientes y actuales señalan que, por lo menos, una de cada cincuenta mujeres moría y muere en el parto, cifra muy variable según el momento y el lugar, y que dicha mortalidad aumentaba sus probabilidades si eran muy jóvenes. Las razones son múltiples, fluctuando desde las hemorragias hasta la obstrucción o la infección. La ayuda de comadronas podía ser necesaria, aunque su intervención ante cualquier contratiempo pudiera añadir más peligros letales al alumbramiento.

Algunos datos bioantropológicos ofrecen pistas a seguir. Si dirigimos nuestra atención hacia los estudios realizados entre los antiguos canarios, se puede advertir como la mortalidad femenina fue mayor que la de los hombres en la franja de edad comprendida entre los 17 y 45 años. Es muy posible que esta tendencia pueda ser explicada, en parte, por el hecho de tratarse de mujeres en edad reproductiva, cuyo riego de muerte aumenta exponencialmente durante el embarazo, el parto y el posparto, sobre todo en aquellas situaciones en las que las condiciones de vida estaban comprometidas por la malnutrición y un estado físico y de salud precarios. Abundando más, hay que destacar que la mayor mortalidad de las mujeres canarias prehispánicas se registra entre los 15 y 21 años, aspecto que señala una pronta entrada en edad fértil y en la práctica reproductiva (8). Estos años coinciden con el periodo en el que tendrían lugar los embarazos, por lo que la mayor mortalidad entre esas mujeres podría relacionarse con dicha realidad.

Igualmente, entre las mujeres en período de gestación y lactancia también son factores de mortalidad determinantes los embarazos frecuentes y los partos múltiples (9). No debería sorprender, pues, la existencia de depósitos funerarios femeninos consecuencia de partos que no se desenvolvieron con normalidad (10), o de enterramientos dobles integrados por una mujer y un infante o un perinatal, probablemente bajo su tutela o cuidados, tal y como ha quedado registrado arqueológicamente en diferentes territorios insulares. En algunos de esos depósitos parece claro que fueron mujeres que fallecieron en el peripartum. Es un hecho contrastado que la elevada mortalidad de los primogénitos es debida a que son concebidos cuando sus madres no han cumplido los 20 años y todavía están en fase de crecimiento, un aspecto que aumenta las posibilidades de que los hijos tengan poco peso y sean más vulnerables, lo mismo que sus progenitoras (11). Más allá de los lazos afectivos, la dependencia alimentaria de los bebes y de los más pequeños respecto a sus madres les podía provocar el quedar recluidos durante los primeros años de vida dentro del contexto femenino (12), hasta el extremo de que el fallecimiento de la madre (en otro parto, por ejemplo) pudiera arrastrar a menudo a la del niño, aunque hubiera nacido o estuviera sano, por carencia de cuidados y alimentación.

Las enfermedades y situaciones candidatas a explicar este tipo de muertes familiares y simultáneas son variadas, aunque podemos acotar algunas posibilidades. La lesión ósea de la cribra orbitalia presente en individuos guanches, puede tener como etiología anemias por déficit nutricional de hierro, anemias parasitarias y anemias hemolíticas hereditarias, tipo talasemia o sicklemias. Es decir, anemias infecciosas generadoras de graves problemas en la infancia. Y por si estas afecciones fueran insuficientes, factores como la pobreza de las reservas maternas de hierro (la anemia materna), el destete (que genera diarreas frecuentes y que en sus formas más severas causa extrema deshidratación y malnutrición), el parasitismo intestinal (que deviene en anemias y debilita el sistema inmunológico), la basura y las malas condiciones de higiene, causantes de hepatitis y disentería entre otras enfermedades, o una dieta sustentada en un elevado consumo de cereales y plantas (como los helechos), causarían auténticos estragos en los grupos de edades más pequeños de la comunidad. A todo ello debemos añadir el riesgo de accidentes en un relieve tan abrupto como el de algunas islas, caso de Tenerife o Gran Canaria.

Madres e hijos como víctimas de violencia prehistórica

Aun así, no debemos descartar que los niños aborígenes no deseados o más débiles fueran sometidos, además, a diversos tipos de prácticas infanticidas, manifiestas o encubiertas, en forma de negligencias, maltratos, abandono, exposición a la intemperie o pautadas tradiciones culturales. Luego, debemos ser prudentes y no descartar sin más que estos niños pertenecientes a linajes poderosos no fueran sensibles a tales prácticas, especialmente si sus condiciones de vida quedaban expuestas al escaso o nulo cuidado tras el fallecimiento de cualquiera de sus progenitores. Sólo de esta forma se puede llegar a entender la frecuente desproporción entre los grupos de edades y sexo a favor de los varones en algunos momentos y lugares del pasado prehispánico, o el diferente trato alimenticio dado a hombres y mujeres desde sus primeras etapas de vida. Por consiguiente, existen buenas razones para pensar que la gran mayoría de niños abandonados o «expuestos» podrían constituir una buena parte de ese tanto por ciento que, pese a la alta mortalidad infantil admitida, no aparece ni en las necrópolis locales ni en ninguna otra parte.

Y si reconocemos disimetrías en contra de las mujeres y examinamos los marcadores de actividad física en huesos y dientes femeninos, así como algunas de las lesiones óseas craneales propias de este grupo, se podría añadir, al menos como hipótesis, la existencia de violencia interpersonal y doméstica, de una forma similar a como ha sido discutida a partir del estudio de unos sesenta enterramientos femeninos de la zona de La Plata (Nuevo México) fechados hacia el siglo XIII. Este trabajo muestra las formas complejas en que funciona la violencia estructural, las diferencias funcionales en los comportamientos violentos basados en el género y las formas en que la violencia se normaliza culturalmente. Los resultados de los análisis óseos sugieren que las mujeres locales que vivieron en La Plata intentaron reducir sus propios riesgos de morbilidad al sancionar y apoyar la subordinación de las mujeres cautivas, obtenidas en las actividades de rapiña. y de estatus inferior. Las mujeres capturadas (que habrían sido golpeadas y maltratadas) beneficiaron tanto a los hombres como a las mujeres locales (13). En una línea interpretativa similar, se ha planteado la posibilidad de que las lesiones craneales examinadas entre las antiguas canarias, que muestran un modelo de localización distinto al de los hombres, representen la expresión de una violencia entre las propias mujeres en el marco de unas pautas de residencia patrilocal, es decir, una agresión física ejercida por mujeres tras la incorporación de nuevos individuos femeninos a la casa y a la unidad familiar, una forma de mantener las reglas, las relaciones de poder y el estatus de las recién llegadas (14).

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Réplica de una momia guanche en la gruta del Parque del Drago, Icod de los Vinos, Tenerife (España). Fuente: Wikimedia Commons/Diego Delso 

En la isla de Tenerife, por su parte, la mayoría de los traumatismos estudiados son fracturas craneales, la mayoría localizadas en la vertiente sur. Tal es así que la proporción con respecto al norte es de 4:1. Se trata de fracturas que son el resultado de golpes contundentes con diferentes objetos y armas, y que han sido asociadas con el ejercicio de la violencia interpersonal. Las edades donde se concentran este tipo de traumatismos (en un 90% de los casos) se encuentra entre la franja de los 18 y 34 años. Una cuestión relevante es que mientras en el sur la relación por sexos es similar entre hombres y mujeres, en el norte la violencia ejercida sobre las mujeres es bastante mayor a la masculina. Algunos especialistas han relacionado estos datos osteoarqueológicos con la presunción de que las mujeres de los bandos del norte participaban de una forma más activa y con mayor frecuencia en los combates (no solo como auxiliares) (15), y aunque la conjetura es plausible, nos preguntamos cuantos de esos traumatismos pudieron ser causados realmente por violencia de género.

Por desgracia, no disponemos de pruebas indiscutibles para distinguir entre una violencia de género regular y normalizada, y eventos concretos de violencia no letal. No obstante, si hay indicios que sugieren la primera en forma de violencia cultural y simbólica. Para empezar, se observa en el ámbito de la indumentaria, pues ésta, como construcción social, suele constituir un indicador de identidades o roles de una persona. La bioantropología ofrece otra vía importante para detectar antiguas desigualdades en el acceso reducido a la nutrición, una mayor exposición al trabajo duro o la aplicación de violencia corporal continua o regular, aspectos que, entre otros indicadores, pueden advertirnos sobre tratamientos de género y edad muy dispares. También se advierte una alimentación diferencial según los sexos. Por consiguiente, cabe preguntarnos si las lesiones derivadas de violencia evaluadas en las mujeres guanches son un ejemplo de violencia estructural (posiblemente física, a la vez que sexual, cultural y simbólica), que, con un sesgo masculino de fondo, se dirigió hacia algunas mujeres de forma institucionalizada y ritual. Este tipo de violencia estaría perfectamente codificada y de ahí la similitud con otros patrones de agresión.

El relato debe concluir con una aclaración necesaria: no hay que esperar encontrar un modelo único de condiciones de vida, gestación y parto entre las mujeres aborígenes. Por lo que nos cuentan las crónicas de conquista y la propia arqueología, algunas de ellas, las pertenecientes a los linajes principales, disfrutaron de un mejor tratamiento en vida. La posibilidad de participar en importantes rituales y cultos pudo otorgarles cierta capacidad de actuación, lo mismo que una visibilidad social que parecía estarles vedada de otra forma.

NOTAS

  1. Martín y Rodríguez-Maffiotte,
  2. Con variaciones en las distintas demarcaciones territoriales aborígenes, la altura media femenina guanche se cifra, por ahora, en torno a 1,56 m; Rodríguez-Martín y Martín Oval,
  3. “Resultados del      estudio      preliminar      de      las      momias       de      Necochea”      (2003), https://museosdetenerife.org/muna-museo-de-naturaleza-y-arqueologia/resultados-del- studio-preliminar-de-las-momias-de-necochea/.
  4. González Gutiérrez, 2021:4-5.
  5. González-Reimers y Arnay de La Rosa,
  6. Delgado,
  7. Arnay de la Rosa y otros, 2010; Jiménez González, 1990:86.
  8. Delgado, 2021:82-83; Alberto, 2020:86.
  9.  Hay que pensar que, durante el período prehistórico, una mujer con una esperanza de vida alrededor de los 30 años podía tener su primer embarazo en torno a los 16 e, incluso, antes, por lo que fácilmente podía llegar a tener más de cinco hijos/as al alcanzar los 29 años (Harris, 1986:15).
  10. Delgado, 2021:83
  11. Harris y Ross, 1991:184
  12. Sin duda alguna, más amplio que el de las funciones de madres y esposas. Incluimos en él diversos tipos de actividades de cuidado y mantenimiento, o trabajos en diferentes industrias domésticas no segregadas del ámbito Igualmente, no debemos olvidar su verosímipapel entre los especialistas del culto, en los ritos funerarios o en la representación social más
  13. Martin y otros, 2010.
  14.  Delgado, 2021:66.
  15. Rodríguez-Martín y Martín Oval, 2009:181.

BIBLIOGRAFÍA

  • Alberto, V. (2020): Rozando la eternidad. La muerte entre los antiguos canarios, , La isla de los canarios nº 3, Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria.
  • Arnay de la Rosa, M. y otros (2010): “Paleodietary analysis of the prehistoric population of the Canary Islands inferred from the stable isotopes/carbon, niytrogen and hydrogen) in bone collagen”, Journal of Archaeological Science, 37, 1490-1501.
  •  Delgado, T. (2018): “Arqueología de Gran Canaria. El género”, Pieza del mes: Marzo, El Museo Canario
  • Delgado, (2021): Bajo la piel. Restos humanos y formas de vida, Col. La isla de los canarios nº 4, Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canarias.
  • González Gutiérrez, (2021): Soror. Mujeres en Roma, Desperta Ferro Ediciones, Historia Antigua, Madrid.
  • González-Reimers, y Arnay de la Rosa, M. (2011): “Paleonutrición: Bases teóricas y resultados obtenidos en la población prehispánica canaria”, Majorensis, 7, 19-30.
  • Harris, M. y Ross, E. B. (1991): Muerte, Sexo y Fecundidad. La regulación demográfica en las sociedades preindustriales y en desarrollo, Alianza Universidad,
  • Jiménez González, J. J. (1990): Los Canarios. Etnohistoria y Arqueología, Act/Museo Arqueológico nº 14, Cabildo de Tenerife.
  • Martín, y Rodríguez-Maffiotte, C. (2020): “La medicina guanche”, artículo de divulgación en www.museosdetenerife.org.
  • Rodríguez-Martín, y Martín Oval, M. (2009): Guanches. Una historia bioantropológica. 
  • Canarias Arqueología, Monografías 4, Santa Cruz de Tenerife.
  • Martin, D. L. y otros (2010):»Beaten Down and Worked to the Bone: Bioarchaeological Investigations of Women and Violence in the Ancient Southwest», Landscapes of Violence: vol 1.

 

Este artículo corresponde al V Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

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